EL LOBO DE WALL STREET


(The wolf of Wall Street, 2013) 179´
Dirección               Martin Scorsese
Guión                    Terence Winter
Fotografía             Rodrigo Prieto
Música                  
Producción           Riza Aziz/Leonardo DiCaprio/Joey McFarland/
                               Martin Scorsese/Emma Tillinger Koskoff


Leonardo DiCaprio
Jonah Hill
Margot Robbie
Kyle Chandler
Rob Reiner
Jon Berthal
Mathew McConaughey
Jean Dujardin
Joanna Lumley
Jon Favreau
Cristin Milioti
P. J. Byrne
Kenneth Choi
Brian Sacca
Ethan Suplee
Jake Hoffman

Jordan Belfort es un joven recién casado y con ínfulas de grandeza que se traslada a Wall Street tratando de hacer carrera como broker. Apenas unos años más tarde ha montado su propia empresa, gana casi cincuenta millones de dólares al año, pasa la mayor parte del día colocado y montando juergas llenas de excesos donde las drogas y las putas nunca son suficientes, además de tener a tres agencias federales tratando de echarle el guante.


Una de las películas más polémicas del año de su estreno, una cinta a la que rendirse u odiar, considerada por no pocos como una obra maestra mientras que otro numeroso sector de crítica y público la considera ofensiva, simple y estúpida. Es la hora de posicionarse y eligiendo bandos me inclino por considerar El lobo de Wall Street una nueva maravilla de Martin Scorsese, me explico. Con más de setenta años, una carrera llena de obras maestras y un reconocimiento casi unánime de la crítica, a Martin Scorsese no se le ocurra otra cosa que lanzarse al vacío sin red y con los ojos vendados. Pues bien, no solo cae de pie, sino que da una nueva lección de cómo rodar cine, mostrando además que a pesar de su veteranía y status es capaz de dar sopas con honda a esa nueva hornada de directores atrevidos, los nuevos enfants terribles de Hollywood, que ni de lejos tendrían las agallas de rodar algo como lo que aquí presenta Scorsese, una película que juega al límite, se encuentra constantemente bordeando la línea que podría haber dado como resultado un bodrio con mayúsculas, y que hace del exceso su leit motive. Exceso a la hora de contar una historia real pero a los que muy pocos le habrían metido mano, exceso en la forma de contar esa historia, mostrando directamente las tripas de las propias experiencias de su protagonista, exceso en la forma de abordar el tema, apostando por un humor sarcástico, paródico y pasado de vueltas que sin embargo no cae en lo soez y escatológico, exceso incluso en su duración siendo con sus tres horas de duración la película más larga en la carrera de su director.

Tres horas durante los cuales Scorsese disecciona desde un punto de vista de desmelene y exceso toda una corriente social que se inició en los ochenta y que nos ha llevado entre otras cosas a la actual situación de inestabilidad económica, no es baladí que en un momento de la cinta Belford se defienda alegando que el FBI no investigue a otras compañías mucho más peligrosas y agresivas que la suya entre las que cita a Lehman Brothers. Es cierto que hay mucho jiji y mucho jaja en la película pero el trasfondo que cuenta supone todo un puñetazo a ese sueño americano y a una sociedad hipócrita que en el fondo envidia a un Jordan Belford capaz de ir a por sus sueños sin pensar en la forma de alcanzarlos. Otra lectura podría ser la de un Scorsese que a través de la figura del protagonista disecciona sus propios fantasmas del pasado, recordemos que el director de El lobo de Wall Street fue durante los setenta consumidor habitual de cocaína y según los mentideros de Hollywood los numeritos de Jordan Belford tendrían bastante en común con las fiestas que montaba el director Neoyorquino en su etapa de mayor desfase. Pero independientemente del trasfondo que hubiera llevado a Scorsese a abordar este trabajo, la película es una estupenda comedia, con ribetes de drama, pero comedia al fin y al cabo, una comedia alocada donde los diálogos cuasi surrealistas son su clave principal a la hora de funcionar como tal. Recordemos por ejemplo el momento en que el personaje de Jonah Hill se presenta ante el de DiCaprio y como durante la conversación inicial este justifica el haberse casado con su propia prima ya que “si alguien se iba a follar a su prima ese debiera de ser yo, por respeto”. Otro momento que sirve de ejemplo a esta idea de diálogos ácidos, transgresores y muy, muy divertidos es el momento en el que el grupo de la dirección de Stratton Oakmont con Belford a la cabeza está reunido tratando de ver los vericuetos legales a los que aferrarse para contratar a enanos y lanzarlos contra dianas gigantes, su última idea para entretenerse en el trabajo. Pero son solo dos ejemplos de una cinta plagada de momentos hilarantes. Y mantener la atención en una comedia, y además en una tan excesiva como esta durante tres horas no es tarea fácil, por lo que al divertido guión de Terence Winter basado en la propia autobiografía de Jordan Belfort se unen dos factores fundamentales a nivel técnico. Uno es el trabajo como realizador de un Martin Scorsese que a nadie hay que descubrir es un genio a la hora de planificar y rodar secuencias. El lobo de Wall Street no es una excepción, brindando momentos muy marca de la casa como cuando la cámara acompaña desde una toma elevada a un Leonardo DiCaprio desnudo que recorre la habitación de hotel donde ha tenido lugar su despedida de soltero. La cámara de Scorsese es capaz de introducirse en cualquier vericueto, penetrar entre mares de personajes buscando un lugar apropiado desde el que presentar la escena, es un personaje más. A esto se une la capacidad del director a la hora de utilizar el recurso de la voz en off. Ya lo hizo magistralmente en Uno de los nuestros (1990) y en Casino (1995), volviendo a demostrar su pericia con el manejo de este recurso cinematográfico tan peligroso por la tendencia a ser utilizado como un modo fácil de presentar elipsis y escenas complejas de narrar, no es este el caso.  Pero si Scorsese es un maestro filmando no podemos dejar de mencionar a Telma Schoonmaker, montadora de prácticamente todas las películas del director, y que sabe encajar las piezas del puzle con ademanes de excelente cirujana. Incluso a pesar de secuencias tan largas como la del colocón de Jordan y Donnie con luds pasados (quince minutos ni más ni menos) el modo general de montar la película de Telma hace que esas tres horas de duración a las que antes nos referíamos pasen en un suspiro.

Hablábamos de los motivos técnicos por los cuales El lobo de Wall Street se inclina en esa fina línea que sitúa a un lado las obras maestras de los bodrios del primero de los lados, pero hay también un referente interpretativo, y es la figura de un Leonardo DiCaprio que, al igual que Scorsese, se la jugó a la hora de aceptar un papel como el de Jordan Belford. Es cierto que aún le falta el reconocimiento de la industria a modo de  un Oscar que se le resiste, pero el actor puede estar tranquilo, ya que a poca gente le quedarán dudas sobre el hecho que se trata de uno de los mejores actores de su generación, capaz de arriesgar a la hora de elegir papeles y proyectos, en este caso jugándose incluso su dinero, ya que además de interpretar el papel principal produce la cinta. Ahora, una vez la película se ha convertido en un pelotazo a nivel de recaudación es fácil posicionarse pero sobre el papel era un trabajo que como ya hemos apuntado en varias ocasiones podía haberse despeñado a todos los niveles. DiCaprio compone un protagonista interpretado desde el exceso pero sin caer en el, un canalla que acaba resultando no solo adorable sino entendible. DiCaprio maneja escenas realmente complejas a la hora de abordar siempre bajo ese principio que rige la película de estar jugando contantemente con fuego pero sin llegar a quemarse, sabiendo incluso reírse de sí mismo (no me dirán que ese momento en el que el yate está a punto de naufragar y durante el cual Belford se agarra a su mujer con fuerza no les ha recordado la escenas más icónica de Titanic (1997)). Pero además de Dicaprio y gracia al talento de Scorsese a la hora de dirigir a sus actores, brillan desde nombres como los de Jonah Hill o Kyle Chandler hasta el último secundario, pasando por un Rob Reiner soberbio como padre del protagonista o esa celebrada intervención de Mathew McConaughey para enmarcar, capaz de con menos de diez minutos en escena, perfilar un personaje que en ningún momento desaparece de la cabeza del espectador.

Por último no quería deja de citar otra de las constantes en el cine de Scorsese, y es la utilización de una banda sonora ecléctica, llena de canciones de todos los estilos y épocas, logrando un fondo musical que ya de por sí mismo merece una capítulo aparte por la selección llevada a cabo, pero que además está perfectamente encajada dentro de las secuencias a las que acompañan, siendo para el que esto escribe el más recordado la irrupción de los agentes del FBI en las oficinas de Stratton Oakmont bajo la canción Mrs Robinson de Paul Simon. No dejen escapar esa banda sonora.

Muchos califican El lobo de Wall Street de simple, banal y estúpida, alegan que el director se limita a mostrar a gente esnifando cocaína y follando. Mi opinión es bien distinta, puede que la historia de Jordan Belford sea simple, banal y estúpida, pero la manera de mostrarla en pantalla es otra cosa, es cine del bueno, cine con mayúsculas, con un guión ácido y divertido, unos recursos técnicos y cinematográficos soberbios, una banda sonora para deleitar los sentidos y unos actores en estado de gracia. Parafraseando al personaje de Mark Hanna El lobo de Wall Street no es ninguna filfa, es cine y del bueno.

Henry Jeckyll



















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