Dirección Martin Scorsese
Guión Terence Winter
Fotografía Rodrigo Prieto
Música
Producción Riza Aziz/Leonardo DiCaprio/Joey
McFarland/
Martin Scorsese/Emma
Tillinger Koskoff
Leonardo DiCaprio
Jonah Hill
Margot Robbie
Kyle Chandler
Rob Reiner
Jon Berthal
Mathew McConaughey
Jean Dujardin
Joanna Lumley
Jon Favreau
Cristin Milioti
P. J. Byrne
Kenneth Choi
Brian Sacca
Ethan Suplee
Jake Hoffman
Jordan
Belfort es un joven recién casado y con ínfulas de grandeza que se traslada a
Wall Street tratando de hacer carrera como broker. Apenas unos años más tarde ha
montado su propia empresa, gana casi cincuenta millones de dólares al año, pasa
la mayor parte del día colocado y montando juergas llenas de excesos donde las
drogas y las putas nunca son suficientes, además de tener a tres agencias
federales tratando de echarle el guante.
Una de
las películas más polémicas del año de su estreno, una cinta a la que rendirse
u odiar, considerada por no pocos como una obra maestra mientras que otro
numeroso sector de crítica y público la considera ofensiva, simple y estúpida.
Es la hora de posicionarse y eligiendo bandos me inclino por considerar El lobo
de Wall Street una nueva maravilla de Martin Scorsese, me explico. Con más de
setenta años, una carrera llena de obras maestras y un reconocimiento casi
unánime de la crítica, a Martin Scorsese no se le ocurra otra cosa que lanzarse
al vacío sin red y con los ojos vendados. Pues bien, no solo cae de pie, sino
que da una nueva lección de cómo rodar cine, mostrando además que a pesar de su
veteranía y status es capaz de dar sopas con honda a esa nueva hornada de directores
atrevidos, los nuevos enfants terribles de Hollywood, que ni de lejos tendrían
las agallas de rodar algo como lo que aquí presenta Scorsese, una película que
juega al límite, se encuentra constantemente bordeando la línea que podría
haber dado como resultado un bodrio con mayúsculas, y que hace del exceso su
leit motive. Exceso a la hora de contar una historia real pero a los que muy
pocos le habrían metido mano, exceso en la forma de contar esa historia, mostrando
directamente las tripas de las propias experiencias de su protagonista, exceso
en la forma de abordar el tema, apostando por un humor sarcástico, paródico y
pasado de vueltas que sin embargo no cae en lo soez y escatológico, exceso incluso
en su duración siendo con sus tres horas de duración la película más larga en
la carrera de su director.
Tres
horas durante los cuales Scorsese disecciona desde un punto de vista de
desmelene y exceso toda una corriente social que se inició en los ochenta y que
nos ha llevado entre otras cosas a la actual situación de inestabilidad
económica, no es baladí que en un momento de la cinta Belford se defienda
alegando que el FBI no investigue a otras compañías mucho más peligrosas y agresivas
que la suya entre las que cita a Lehman Brothers. Es cierto que hay mucho jiji
y mucho jaja en la película pero el trasfondo que cuenta supone todo un
puñetazo a ese sueño americano y a una sociedad hipócrita que en el fondo
envidia a un Jordan Belford capaz de ir a por sus sueños sin pensar en la forma
de alcanzarlos. Otra lectura podría ser la de un Scorsese que a través de la
figura del protagonista disecciona sus propios fantasmas del pasado, recordemos
que el director de El lobo de Wall Street fue durante los setenta consumidor
habitual de cocaína y según los mentideros de Hollywood los numeritos de Jordan
Belford tendrían bastante en común con las fiestas que montaba el director Neoyorquino
en su etapa de mayor desfase. Pero independientemente del trasfondo que hubiera
llevado a Scorsese a abordar este trabajo, la película es una estupenda comedia,
con ribetes de drama, pero comedia al fin y al cabo, una comedia alocada donde
los diálogos cuasi surrealistas son su clave principal a la hora de funcionar
como tal. Recordemos por ejemplo el momento en que el personaje de Jonah Hill
se presenta ante el de DiCaprio y como durante la conversación inicial este
justifica el haberse casado con su propia prima ya que “si alguien se iba a follar
a su prima ese debiera de ser yo, por respeto”. Otro momento que sirve de
ejemplo a esta idea de diálogos ácidos, transgresores y muy, muy divertidos es el
momento en el que el grupo de la dirección de Stratton Oakmont con Belford a la
cabeza está reunido tratando de ver los vericuetos legales a los que aferrarse para
contratar a enanos y lanzarlos contra dianas gigantes, su última idea para
entretenerse en el trabajo. Pero son solo dos ejemplos de una cinta plagada de
momentos hilarantes. Y mantener la atención en una comedia, y además en una tan
excesiva como esta durante tres horas no es tarea fácil, por lo que al
divertido guión de Terence Winter basado en la propia autobiografía de Jordan
Belfort se unen dos factores fundamentales a nivel técnico. Uno es el trabajo
como realizador de un Martin Scorsese que a nadie hay que descubrir es un genio
a la hora de planificar y rodar secuencias. El lobo de Wall Street no es una
excepción, brindando momentos muy marca de la casa como cuando la cámara
acompaña desde una toma elevada a un Leonardo DiCaprio desnudo que recorre la
habitación de hotel donde ha tenido lugar su despedida de soltero. La cámara de
Scorsese es capaz de introducirse en cualquier vericueto, penetrar entre mares
de personajes buscando un lugar apropiado desde el que presentar la escena, es
un personaje más. A esto se une la capacidad del director a la hora de utilizar
el recurso de la voz en off. Ya lo hizo magistralmente en Uno de los nuestros
(1990) y en Casino (1995), volviendo a demostrar su pericia con el manejo de
este recurso cinematográfico tan peligroso por la tendencia a ser utilizado
como un modo fácil de presentar elipsis y escenas complejas de narrar, no es
este el caso. Pero si Scorsese es un
maestro filmando no podemos dejar de mencionar a Telma Schoonmaker, montadora
de prácticamente todas las películas del director, y que sabe encajar las
piezas del puzle con ademanes de excelente cirujana. Incluso a pesar de secuencias
tan largas como la del colocón de Jordan y Donnie con luds pasados (quince
minutos ni más ni menos) el modo general de montar la película de Telma hace
que esas tres horas de duración a las que antes nos referíamos pasen en un
suspiro.
Hablábamos
de los motivos técnicos por los cuales El lobo de Wall Street se inclina en esa
fina línea que sitúa a un lado las obras maestras de los bodrios del primero de
los lados, pero hay también un referente interpretativo, y es la figura de un
Leonardo DiCaprio que, al igual que Scorsese, se la jugó a la hora de aceptar
un papel como el de Jordan Belford. Es cierto que aún le falta el reconocimiento
de la industria a modo de un Oscar que
se le resiste, pero el actor puede estar tranquilo, ya que a poca gente le
quedarán dudas sobre el hecho que se trata de uno de los mejores actores de su
generación, capaz de arriesgar a la hora de elegir papeles y proyectos, en este
caso jugándose incluso su dinero, ya que además de interpretar el papel
principal produce la cinta. Ahora, una vez la película se ha convertido en un
pelotazo a nivel de recaudación es fácil posicionarse pero sobre el papel era
un trabajo que como ya hemos apuntado en varias ocasiones podía haberse
despeñado a todos los niveles. DiCaprio compone un protagonista interpretado
desde el exceso pero sin caer en el, un canalla que acaba resultando no solo adorable
sino entendible. DiCaprio maneja escenas realmente complejas a la hora de
abordar siempre bajo ese principio que rige la película de estar jugando
contantemente con fuego pero sin llegar a quemarse, sabiendo incluso reírse de sí
mismo (no me dirán que ese momento en el que el yate está a punto de naufragar
y durante el cual Belford se agarra a su mujer con fuerza no les ha recordado
la escenas más icónica de Titanic (1997)). Pero además de Dicaprio y gracia al
talento de Scorsese a la hora de dirigir a sus actores, brillan desde nombres
como los de Jonah Hill o Kyle Chandler hasta el último secundario, pasando por
un Rob Reiner soberbio como padre del protagonista o esa celebrada intervención
de Mathew McConaughey para enmarcar, capaz de con menos de diez minutos en
escena, perfilar un personaje que en ningún momento desaparece de la cabeza del
espectador.
Por
último no quería deja de citar otra de las constantes en el cine de Scorsese, y
es la utilización de una banda sonora ecléctica, llena de canciones de todos
los estilos y épocas, logrando un fondo musical que ya de por sí mismo merece
una capítulo aparte por la selección llevada a cabo, pero que además está
perfectamente encajada dentro de las secuencias a las que acompañan, siendo
para el que esto escribe el más recordado la irrupción de los agentes del FBI
en las oficinas de Stratton Oakmont bajo la canción Mrs Robinson de Paul Simon.
No dejen escapar esa banda sonora.
Muchos
califican El lobo de Wall Street de simple, banal y estúpida, alegan que el
director se limita a mostrar a gente esnifando cocaína y follando. Mi opinión
es bien distinta, puede que la historia de Jordan Belford sea simple, banal y
estúpida, pero la manera de mostrarla en pantalla es otra cosa, es cine del
bueno, cine con mayúsculas, con un guión ácido y divertido, unos recursos
técnicos y cinematográficos soberbios, una banda sonora para deleitar los sentidos
y unos actores en estado de gracia. Parafraseando al personaje de Mark Hanna El
lobo de Wall Street no es ninguna filfa, es cine y del bueno.
Henry Jeckyll














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