Dirección Jon
Carpenter
Guión Larry
Sulkins/John Carpenter
Fotografía Gary
B. Kibbe
Música John
Carpenter
Producción Sandy
King
Natasha
Henstridge
Ice
Cube
Jason
Statham
Clea
Duvall
Pam
Grier
Joanna
Cassidy
Liam
Waite
Duane
Davis
Lobo
Sebastian
Rodney
A. Grant
Richard
Cetrone
Marte, año 2176. Un grupo
de agentes de policía se dirigen a una colonia minera para hacerse cargo del
prisionero conocido como “Desolación” Williams, a quien se acusa de la muerte
de seis personas para robar las nóminas de los empleados de la mina. Cuándo
llegan al lugar encuentran un pueblo desierto, sin gente en las calles, por lo
que deciden explorar los edificios, hallando en los mismos multitud de
cadáveres colgados del techo boca abajo y que han sido brutalmente decapitados.
Fantasmas
de Marte se encuentra como uno de los trabajos más flojos del por otra parte
excelente director John Carpenter, artífice de no pocos títulos de culto para
el aficionado al fantástico y el terror. El principal escollo de la película,
nacida en pleno apogeo de la aparición de este planeta en el cine (Misión a
Marte y Planeta rojo son prácticamente coetáneas de Fantasmas de Marte) se
encuentra en su indeterminación a la hora de posicionarse, ya que tiene los
suficientes elementos (los más) para orientarse hacia el terreno del terror
sobrenatural, sorprendiendo sin embargo determinados momentos abiertamente más ligeros
y encaminados hacía la acción evasiva pura y dura amenizada por una banda sonora
cien por cien rockera y guitarrera, algo
a lo que hay que añadir unos golpes de humor más típicos de otro tipo de cine,
por los cuales en la situación más crítica es habitual ver a uno de los
personajes insertar un chiste fácil, una frase para aliviar la tensión. Una
buena prueba de ello es la secuencia en la que el Sargento Jericho, en su
intento constante por llevarse al huerto a su superiora la Teniente Ballard,
insiste bajo la premisa de “…bueno, tal como van las cosas…”. Son esos
instantes abiertamente más ligeros los que descolocan al espectador y es que la
historia, aunque carezca de originalidad por lo que supone una nueva versión
del grupo de héroes acosado y atrapado ante un enemigo brutal que les supera en
número, una constante por otra parte del cine de Carpenter y que bebe de su
pasión por la cinta de 1959 Río Bravo a la que ya remakearía en uno de sus
primeros trabajos, Asalto a la comisaría del distrito 13 (1976), tiene
potencial suficiente para posicionarse como una meritoria cinta de serie B
dentro del género de terror. Sin embargo, la dirección errática y la falta de
la garra habitual en el cine de Carpenter hacen de la propuesta nada más que
una entretenida película de género fantástico para olvidar tan pronto finaliza,
algo que resulta extraño en un director tan apasionado por la propia dificultad
que le supone llevar adelante sus proyectos al no contar con respaldo de
ninguna major, lo que provoca que vuelque todos sus sentidos en cada nuevo
trabajo.
Fantasmas
de Marte utiliza con habilidad un exiguo presupuesto de menos de veintiún
millones de euros para recrear el pueblo minero donde se centra la acción,
predominando como no podía ser de otra forma una fotografía rojiza que logra
una ambientación creíble aunque nada sorprendente ya que es el recurso habitual
a la hora de recrear el planeta rojo, a lo que hay que sumar un diseño de los
decorados resultones con enormes edificios impersonales de hormigón. Los
efectos, de carácter artesanal en su mayoría, son bastante acartonados, como se
aprecia en todos los momentos que tienen lugar con la huida en el tren, donde
se evidencia la inserción de los efectos en el fotograma, destacando sin
embargo en ese apartado el trabajo del conocido trío Kurtzman, Nicotero y
Berger, unos auténticos expertos en efectos del tipo más gore y que en esta
ocasión se centran en las decapitaciones y amputaciones con las que los
fantasmas que dan título a la película plagan la misma, haciendo un trabajo
loable máxime con la limitación presupuestaria con la que habrían contado. Otro
de los puntos fuertes es el trabajo de maquillaje que adorna a las personas poseídas
de escarificaciones, cortes, dientes afilados… en todo un ejercicio de
masoquismo al límite, y que es uno de los puntos fuertes a la hora de generar
terror basado en la propia apariencia de los enemigos. Volviendo sobre el símil
anterior, son las pinturas y los gritos de guerra de los indios que acosan al
grupo de vaqueros encerrados en el fuerte los que les hace más temibles ante
sus enemigos. En líneas generales, Carpenter, acostumbrado a lidiar con
presupuestos modestos, logra un resultado aceptable a pesar de las limitaciones
económicas con las que contó y lo ambicioso de un guión plagado de explosiones
y efectos, una ambientación futurista y un decorado colosal, aunque sí que
parece que había más ideas en el guion que no pudieron llevarse a rodar, como
muestran las alucinaciones del personaje principal en el momento de ser poseída
y que adivinan la existencia de toda una civilización anterior en el planeta.
Todo indica que pudieron quedarse en el papel por la falta precisamente de
dinero para trasladarlas a la pantalla.
Uno de
los elementos que más chirría, y es una pena dado el potencial de inicio que
ofrecen los miembros del elenco de actores, es precisamente la desafortunada
elección de unos intérpretes que se revelan poco apropiados para los papeles
encomendados, especial y curiosamente en la pareja protagonista. A pesar de no
ser ninguna novata en el género fantástico (ya nos había enamorado a todos en
las dos primeras entregas de Species), Natasha Henstridge se encuentra
demasiado forzada en su rol de heroína de acción, a lo que no ayudan unas coreografías
en las luchas bastante toscamente ejecutadas por la actriz (no hay más que ver
la diferencia entre los planos generales en los que es la propia Henstridge
quien ha de realizar los movimientos de manera muy hierática y planos más
cerrados donde se constata la participación de una doble). Por el contrario, su
compañero Ice Cube no tiene nada de hermético, resultando excesivo en un papel
plagado de tics y ademanes forzados, lo que hace que resulte poco creíble,
llegando a cansar esas maneras que denotan los inicios como rapero del cantante
y actor y que encajan mejor en comedia, como ya demostrada el propio Cube en
las dos entregas de La barbería. Tampoco Pam Grier ni Clea Duvall, igualmente
poco creíbles como agentes del orden, logran salvar la papeleta, siendo Jason
Statham y su eterno carisma como intérprete el único salvable del grupo, a
pesar de cómo ya apuntábamos anteriormente, su insistencia cuasi enfermiza por
acostarse con la Teniente Melanie Ballard a pesar de estar rodeados de hordas
de criaturas con sed de sangre. Casi lo consigue por cierto.
Un título que denota su origen Carpentiano tanto en el fondo musical que mezcla sonidos electrónicos con temas de grupos como Anthrax como en la propia trama que repite esquemas de, además de la ya citada Asalto a la comisaría del distrito 13 (1976), La niebla (1980), La cosa (1982) o El príncipe de las tinieblas (1987) entre otras o ese final abierto que te deja con la sensación de una película a medio acabar y que incluye (hay que imaginarlo en este caso) ese final diametralmente opuesto al “happy end” tan constante en la filmografía del director. Además es interesante la manera de narrar Carpenter la historia mediante un flashback que ya nos indica el final de la historia en tanto nos muestra a Ballard como única superviviente del grupo, y como se superponen estos flashbacks a su vez en la narración de la Teniente en función del personaje que a su vez este contando lo que le ha sucedido en determinados momentos de la trama. Es una pena el resultado final, ya que hay elementos como son el hecho de presentar una sociedad matriarcal donde las mujeres ostentan los cargos de poder (Carpenter siempre suele gustar de introducir críticas de índole social) o la propia génesis de las criaturas que acosan a los protagonistas y que parten de la automutilación como fuente de deshumanización, que en manos de un Carpenter con más inspiración o ganas hubiera dado como resultado algo más que un título de tiros y peleas en constante huida, que es lo que acaba resultando Fantasmas de Marte. No cabe duda que el director no estuvo entregado a su película, dando la sensación de rodaje precipitado. El mejor ejemplo que avala esta teoría es la forma en que están rodadas las escenas de lucha, donde se ve a los actores reproducir unas pobres coreografías entre una multitud mal dirigida, con barras de acero que se doblan delatando su origen flexible para no lastimar a los intérpretes, y segundos y terceros planos con luchas ridículas y mal ejecutadas. Todo esto provoca que si bien en Fantasmas de Marte se adivina parte de la personalidad de su responsable, hay que dejar claro que está muy por debajo de la nota media del autor de obras como La noche de Halloween (1978), La cosa (1982), Golpe en la pequeña China (1986) o En la boca del miedo (1994) por citar únicamente unos ejemplos. Y aún y todo Fantasmas de Marte resulta entretenida y honesta aunque el Carpenter de este título no sea mi Carpenter adorado.
Henry Jeckyll














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