Dirección John
R. Leonetti
Guión Gary
Dauberman
Fotografía James Kniest
Música Joseph Bishara
Producción Peter
Safran/James Wan
Annabelle
Wallis
Ward
Horton
Tony
Amendola
Alfre
Woodard
Eric
Ladin
Brian
Howe
Kerry
O´Malley
Camden
Singer
Gabriel
Bateman
Shiloh
Nelson
Mia y
John son un joven matrimonio que espera el nacimiento de su primera hija con
alegría y expectación. Una noche la hija de sus vecinos, una joven que había
abandonado su hogar hace dos años para entrar en una secta satánica, irrumpe
con otro hombre en casa de sus padres asesinándolos brutalmente. De igual
manera penetran en la casa del joven matrimonio con intenciones criminales, sin
embargo son abatidos por la policía antes de poder llevar a cabo sus macabros
planes, apareciendo el cadáver de la mujer en la habitación preparada para la pequeña y abrazada a una muñeca de
porcelana perteneciente a la colección privada de Mia, una muñeca de nombre
Annabelle.
Estoy
sorprendido tras leer la cantidad de críticas negativas de Annabelle, siendo
evidente en ese sentido que nadaré a contracorriente cuándo intente defender
las virtudes de un título que sin llegar al nivel de Expediente Warren (2013),
de cuyo impactante prólogo se ha servido para construir su historia, sí que es
un muy digno exponente del terror sobrenatural más artesanal y clásico.
Posiblemente las altas expectativas generadas precisamente por tratarse de un
spin off de la película de James Wan tengan algo que ver en el desencanto
general provocado por la historia de la muñeca Annabelle, aunque he de
reconocer que en mi caso he disfrutado de la cinta, y léase cuándo digo
disfrutado, lo he pasado a ratos mal.
El
título que nos ocupa ha tratado de seguir la línea marcada por Expediente
Warren tanto en la forma como en el fondo. La historia se ubica igualmente en
los años setenta, siendo los hechos anteriores a los narrados en la película matriz,
lo que está muy bien reflejado a nivel conceptual tanto en los escenarios como vestuario
y caracterizaciones de los personajes. El hecho de situar la historia en estos
años nos devuelve además de manera inconsciente a clásicos de esa época como
son La semilla del diablo (1968) o El exorcista (1973), que no es lo mismo que decir que se encuentre
al nivel de estos títulos señeros en la historia del cine de terror. Estos
paralelismos quedan manifestados con la cinta de Roman Polansky tanto en el uso
de un bebe recién nacido como codiciado objeto de deseo de un demonio que ansia
el alma de esta criatura, como por un hecho ajeno a la película de 1968 pero indisolublemente
relacionada con esta, como son los asesinatos perpetrados por los miembros de
la secta liderada por Charles Manson “La familia”, grupo que cabe recordar acabaron
con la vida de entre varias personas de Sharon Tate, la mujer de Polansky y que
estaba esperando un hijo en el momento de ser asesinada, elemento que se cita
en un momento que el personaje de Mia está viendo la televisión para replicarse
a continuación en la secuencia de los ataques a la casa de los vecinos y a la de
la propia pareja protagonista. Pero igualmente podemos hablar de El exorcista,
siendo el nexo de unión tanto la figura del sacerdote como el protagonismo de
un demonio, llegando incluso este ser a hacer de menos la figura icónica de la
muñeca que da título a la película y que acaba siendo utilizada como vehículo
de transporte de este ser infernal. El personaje de Annabelle está utilizado de
manera correcta, sin recurrir a movimientos de la muñeca, o sustos
protagonizados por dicha figura, lo que podía haber desvirtuado el propio
espíritu que rezuma la cinta, limitándose la cámara a filmar a la muñeca de
porcelana como el testigo mudo e inmóvil que es. De hecho el único momento que
vemos como se incorpora el juguete del suelo, es movido por la figura demoniaca
que mora en su interior.
Si bien
John R. Leonetti carece de la pericia como director de James Wan, de quien ha
sido director de fotografía en varios de sus títulos más conocidos, si que
realiza un más que correcto trabajo a la hora de filmar una obra sobria en su
forma y que bebe de las cintas de terror clásicas, con un tempo más pausado que
el habitual en el cine de terror contemporáneo y que se sustenta en la creación
de secuencias donde el suspense es el protagonista frente a logrados efectos
visuales. De hecho en este caso no vamos a ver trucajes efectistas, sino que el
director trabaja mediante la inserción de artesanales y acertados sustos, como son
cada aparición del demonio, o esa niña que corre hacía la puerta para aparecer
convertida en la hija de los Higgins, instantes de esos que te hacen botar en
tu butaca y que encuentran en la música que las acompaña al mejor de los aliados
a la hora de potenciar el momento. Pero no solo se recurre al susto mediante
reacción, sino que son varias las secuencias por lo general muy bien filmadas y
montadas que logran crear miedo por el buen uso que en las mismas se hace del
suspense, como el momento en que la cámara se posa sobre la ventana de los
vecinos para acabar siendo testigos de su asesinato, el traslado de Annabelle
por parte del padre Pérez a la iglesia o quizás el momento más recordado, la
larga y angustiosa secuencia en los trasteros de la casa. Leonetti trabaja
además con unas líneas generales de posicionamiento de la cámara y de
iluminación convencionales, con planos estándar y sin maniqueísmos en la forma
de rodar, algo que da sensación de aparente normalidad en los hechos narrados
siendo los fenómenos que tienen lugar y no los juegos de cámara y luces quienes
cuenten la historia. Sí que es cierto que en varios momentos utiliza encuadres
más visuales centrados en el uso de planos contrapicados, siendo en líneas generales
un trabajo muy bueno de filmación y que cuadra con el estilo artesanal del que
se ha querido dotar a la película.
La
historia igualmente está bien desarrollada dentro de los parámetros habituales
en este tipo de cintas por el cual no vamos a ver nada que no hayamos visto
anteriormente, ni encontraremos a lo largo del metraje sorpresas o giros
argumentales a destacar. Los fenómenos utilizados, los personajes que van apareciendo
como son la figura del sacerdote o de la experta en fenómenos parapsicológicos,
todo es lo habitual en este tipo de cintas. Pero no importa, porque al igual
que Expediente Warren volvía su mirada sobre el fenómeno de las casas
encantadas para contar con notable solvencia la misma historia de siempre, aquí
sucede lo mismo, teniendo que quedarnos con la idea de si la película ha
logrado hacernos pasar un mal rato o no. Quizás el final sea excesivamente
abrupto y sentencioso, por ahí podían haber optado por otra vía, pero es lo
mismo que sucedía con la película con la que inevitablemente Annabelle es
comparada por inercia.
Interpretaciones
correctas con un mayor peso sobre la actriz Annabelle (coincidencias del
destino) Wallis que soporta brindando una interpretación creíble y que logra transmitir todo el pánico
por el que atraviesa el personaje de Mia.
Sí que es cierto que a la hora de dibujar los personajes se ha optado
por la sencillez, eliminando el conflicto entre estos, con un marido que cree a
pie juntillas los fenómenos narrados por su esposa, máxime tratándose de un
médico, donde podría haberse potenciado la dualidad entre el empirismo de la figura del marido y
las creencias en fenómenos sobrenaturales defendidas por el personaje de la
esposa. Creo que no era ese el propósito de los responsables de Annabelle,
centrados en crear un cuento de terror plagado de momentos de suspense y miedo
y que han preferido sacrificar este elemento de la trama para no ralentizar aún
más la historia, recordemos que es una película que arranca lentamente,
produciéndose el ataque inicial que marca la posesión de la muñeca casi a los quince
minutos de metraje, y que avanza con igual ritmo, algo que sin embargo no hace que
su visionado sea tedioso y lleno de momentos muertos, ya que la película va
ofreciendo pequeños instantes que van preparando el clímax final en el último
de los actos, no logrando en ningún momento resultar aburrida.
Para
finalizar remarcar la idea planteada al inicio por la cual creo que Annabelle
ha sido injustamente tratada por la crítica, que por el contrario celebró cada
uno de las aportaciones de Expediente Warren, convirtiendo la película de James
Wan en uno de los títulos de terror del año de su estreno, siendo ambas
películas muy parecidas, tanto en virtudes como en defectos. Abogan por un
terror serio, sin efectismos pero con efectivos sustos, tiran de miedos
tradicionales en el género como son las casas encantadas o las posesiones y
ambas se centran en lograr propuestas que asusten y que te hagan volver a casa
con sensación de incomodidad. Expediente Warren lo logró hace un año y creo que
Annabelle lo ha vuelto a conseguir. Al menos a mi logró incomodarme, y créanme,
estoy curtido en esto del terror.
Henry Jeckyll

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