Dirección Wolfgang Petersen
Guión David Benioff
Fotografía Roger Pratt
Música James Horner
Producción Wolfgang Petersen/Diana Rathbun/Colin
Wilson
Brad Pitt
Eric
Bana
Orlando
Bloom
Diane
Kruger
Brian
Cox
Brendan
Gleeson
Sean
Bean
Peter
O´Toole
Rose
Byrne
Saffron
Burrows
Garrett
Hedlund
Tyler Mane
Julie Christie
Cuándo
Paris, uno de los hijos de Priamo rey de
Troya huye de Esparta con su amada Helena, la esposa del rey Menelao, desata
toda la ira de este que pide ayuda a su hermano Agamenon, quien deseoso de
hacerse con el control de esta ciudad decide aprovechar la ocasión para
atacarla. Precavido ante la magnificencia de una fortaleza que ha sido capaz de
soportar todos los envites que han tratado de tomarla, pide ayuda a Aquiles, el
más grande guerrero jamás nacido.
Troya se
inicia con una secuencia que resume por si misma todas sus virtudes y defectos.
La obsesión de la película por resultar en todo momento épica supone su mayor
traba, impidiendo que la película adopte un tono menos ceremonial y aproveche
todas sus virtudes y potencial. Por el contrario nos encontramos con que
Wolfgang Petersen, su director, brinda como suele ser habitual en él un trabajo
correcto pero que sucumbe ante la propia importancia que parece concederse a sí
misma la cinta, lo que se traduce en una pomposidad que hace que cada diálogo
raye lo teatral, pero no en sentido positivo, sino que emana artificialidad, ya
que el tono de la película no pretende por otra parte ser un recreación
fidedigna de la Iliada de Homero, fuente literaria originaria. Otro defecto
funesto para Troya es un exceso de metraje injustificado y que únicamente se
sujeta por la propia impronta que tiene este tipo de género que tiene algo de
péplum y que se caracteriza por tratarse de obras densas, llenas de personajes
y sub tramas, lo que las lleva a duraciones lejanas al estándar ordinario. No
es este el caso. Existen sub tramas más allá del propio asedio de la ciudad,
las hay, como son las relaciones de Paris y Helena, Hector y Andromaca o
Aquiles y Briseida, el enfrentamiento entre Agamenon y Aquiles, la estrategia
militar… pero todo se plantea vagamente, centrándose el interés en la
recreación de las batallas, en la guerra propiamente dicha. Ni siquiera la
relación entre los dos enamorados y que supone el germen de tan cruento
enfrentamiento se aprovecha más allá de servir de mera excusa argumental que
justifique el ataque de Esparta a Troya para a continuación abandonar esta
relación que apenas vuelve a aparecer en escenas esporádicas y sin casi sentido.
Esto nos lleva al siguiente apartado, el de un reparto coral lleno de grandes
nombres y que podía haber dado lugar a una historia de personajes con mucho que
contar. Pero en este caso el protagonismo de Brad Pitt como Aquiles eclipsa al
resto de figuras monopolizando excesivamente la historia y no siendo uno más de
entre un amplio número de protagonistas. Un nuevo error. Un mayor reparto del
peso entre todos los personajes hubiera dado más agilidad a la historia,
fragmentando la narrativa en varias historias paralelas y manteniendo un
interés que la película pierde de inicio en el sentido que se trata de una obra
de la que la mayoría de espectadores conoce el final.
Tratando
el tema de los actores hay que remarcar una plantilla de intérpretes de altura,
donde del grupo de protagonistas principales es un magnífico Eric Bana quien se
lleva el gato al agua frente a un Brad Pitt sobreactuado que soporta toda la
película un gesto forzado que le resta credibilidad y un Orlando Bloom patético
(a la altura del propio personaje que interpreta). El actor australiano nos
brinda un Hector que se come cada vez que comparte pantalla a su rival Aquiles,
convirtiéndose de manera involuntaria en el verdadero protagonista y héroe de
la historia. Entre los secundarios destacar tanto a Brian Cox como Brendan
Gleeson en el papel de hermanos, una Diane Kruger totalmente desaprovechada y
expuesta como mero reclamo de belleza o a un Peter O´Toole ante su último gran
papel en cine.
Frente a
sus múltiples fallos centrados en el gran error a la hora de contar la
historia, Troya destaca por unas secuencias de batalla muy bien planificadas y
rodadas, donde la multitud de extras y recursos dejan patente donde ha centrado
la producción los más de ciento treinta millones de euros invertidos. Para
mostrar todo su potencial la película utiliza insistentemente tomas aéreas de
las formaciones de soldados o de la flota de barcos atacante. Además de las
propias ofensivas multitudinarias, hay que remarcar las luchas individuales como la brutal lid entre Hector y Ajax o el
enfrentamiento entre Aquiles y Hector dotada de una coreografía que muestra
unos movimientos ágiles y certeros entre los contendientes. Esta secuencia,
epicentro de la película, no se entiende del todo debido a la propia absurdez de
modificar la relación entre Aquiles y Patroclo, amantes en la obra de Homero y
que por obra y gracia del conservadurismo de Hollywood pasan a ser primos. La
ira con la que Aquiles parte a su encuentro con Hector y la manera en que
encara su enfrentamiento a muerte con este se entiende mejor en el contexto por
el cual Hector ha dado muerte a su amado y no a su primo. Es una de esas
modificaciones del poema original que no solo no se entienden sino que molestan
por el trasfondo implícito que suponen.
Para
mantener el aura épica de Troya, se selecciona a James Horner como compositor
de la banda sonora, que ofrece un trabajo que en sus notas centrales recuerda
demasiado a trabajos anteriores, especialmente Willow (1988). Horner, siempre
cumplidor, brinda unas piezas musicales que, paralelismos aparte con trabajos
anteriores encaja con el tono de Troya, una película creada ex profeso para
convertirse en clásico inmediato pero que pasará a la historia por otro hito, brindar un
papel secundario a Sean Bean, nada menos que el de Ulises, y que acaba con su
personaje vivo al final de la historia (recordemos la iniciativa Don´t kill
Sean Bean). Una pena que Petersen haya cedido a las presiones de súper
producción y a las exigencias provocadas por el mega protagonismo de un Brad
Pitt por aquel entonces en la cúspide de su carrera profesional. Posiblemente
de haber corregido estos dos errores estaríamos hablando de una gran película. Acabamos como empezamos. Troya
se inicia con una secuencia que resume por si misma todas sus virtudes y
defectos. Magnificencia de medios y una exquisita producción artística pero
también escenas alargadas cual chicle (diez minutos en este caso para presentar
a Aquiles), un forzado exceso por dotar de epicidad cada momento, cada frase y
una cesión sin condiciones para el lucimiento personal de Brad Pitt por encima
del resto de personajes. Encontramos de esta manera que el talón de Aquiles de
Troya se halla en que sacrifica el fondo por la forma, lo que hace que pierda
inmediatamente precisamente la máxima obsesión que respira la película.
Convertirse en una pieza épica en todos los sentidos. No lo logra.
Henry Jeckyll


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